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Creatividad

La IA, los presocráticos y los brainrots

Nuestros programas y aplicaciones nos ofrecen a diario inteligencias artificiales (IA) a las que podemos pedir cualquier cosa. Las noticias nos recuerdan constantemente que montones de profesiones desaparecerán gracias a la IA.

Pero hay una pequeña aldea gala y su nombre es creatividad. Cierto es que las IA generativas afinan el tiro y entregan a nuestra voluntad todo tipo de productos creativos: desde poemas hasta vídeos. ¿Pero son realmente creativos?

Partamos de la idea de que lo realmente creativo es el prompt que introducimos en la IA, las instrucciones para generar la obra. Si queremos que SUNO nos componga una canción, tendremos que indicar el género, si la voz es masculina o femenina o la temática de la letra.

Y continuemos con los detalles del proceso creativo, donde se aloja el diablo de la creatividad. La IA solo combina lo que ya existe para dar respuesta a nuestro prompt. ¿Pero qué hacemos nosotros para dar respuesta a un problema?

Hay gente pa to

Cada uno de nosotros es probable que demos una solución diferente, con distintos matices. En creatividad no hay una sola respuesta válida al problema, hay diferentes maneras de enfocarlo, determinadas por dos variables: nuestra condición congénita y nuestra condición experiencial.

En creatividad no hay una sola respuesta válida al problema

Cada organismo humano reacciona y gestionar las emociones y las experiencias vividas a su manera. Congénitamente, es decir durante el desarrollo del feto, se crea un patrón único de conexiones neuronales que nos predisponen a afrontar de manera única como individuos todo lo que nos sucede.

Y a lo largo de nuestra existencia, nuestras experiencias particulares nos condicionan continuamente como individuos. Es decir, en el bebé, la experiencia actúa sobre este patrón único de conexiones neuronales. Por un lado, el patrón puede modificarse mediante “el fortalecimiento o debilitamiento selectivo de las conexiones entre grupos neuronales”, o a través de “la creación de conexiones completamente nuevas”, expone el neurólogo británico Oliver Sacks.

Por tanto, “lo característico de una criatura, a diferencia de un ordenador, es que nada se repite o reproduce con precisión, sino que hay una continua revisión y reorganización de la percepción y la memoria, de modo que no hay dos experiencias (o sus bases neuronales) exactamente iguales. La experiencia cambia constantemente, como el arroyo de Heráclito. Esta cualidad fluvial de la mente y la percepción, de la consciencia y la vida, no puede captarse en ningún modelo mecánico, sólo es posible en una criatura en evolución… Uno no es un alma inmaterial, flotando en una máquina. No me siento vivo, psicológicamente vivo, excepto en la medida en que una corriente de sentimientos -percibir, imaginar, recordar, reflexionar, revisar, recategorizar- me atraviesa. Yo soy esa corriente, esa corriente soy yo”.

La experiencia cambia constantemente, como el arroyo de Heráclito

En este sentido, Sacks nos habla de una experiencia que no es pasiva (no es una cuestión de “impresiones” o “datos sensoriales”), sino activa y construida por nuestro propio organismo desde el principio. La experiencia activa selecciona o moldea un nuevo patrón de grupos neuronales conectados de forma más compleja, un reflejo neuronal de la experiencia individual del niño, de los procedimientos por los que ha llegado a categorizar la realidad.

La IA tiene la limitación de estar basada en la lógica pura, sin que intervenga nada tan sucio y azaroso como el significado, algo que es individual y fugaz de esa corriente cambiante.

Mona Lisa, Mona Lisa, men have named you, you are so like the lady with the mystic smile

Y sí, la IA tiene un acceso ilimitado a creaciones artísticas. ¿Pero tiene ese condicionamiento experiencial para seleccionarlas y adaptarlas que implica el proceso creativo? Tomemos un ejemplo sencillo, la Gioconda de Leonardo. Podemos preguntar a miles de personas de todo el mundo en este mismo instante qué les transmite su gesto, qué significa su sonrisa. Su respuesta será distinta, en función de esa corriente que en ese momento fluya por su conciencia. Unos habrán aprendido en Historia del Arte que se trata de una sonrisa, otros interpretarán que es una mueca, otros percibirán una tristeza escondida. Pero si preguntamos dos décadas después a las mismas personas, su respuesta variará: son otras aguas las que dan caudal al río de su conciencia.

Este condicionamiento nos lleva a crear de cierta manera, única, aleatoria. Y ese condicionamiento, donde la experiencia del artista es fundamental, hace que la creatividad cree algo diferente y nuevo y no se limite a replicar o remozar lo que ya existe. Y ese condicionamiento es que nos lleva a los humanos a emocionarnos, reflexionar o reír con una película, una canción o una escultura.

Y el mismo condicionamiento nos lleva a percibirlo desde nuestra experiencia personal, de un modo también único y aleatorio. Una IA carece de este sesgo a la hora de interpretar el arte existente y usarlo de inspiración para crear otro nuevo que conecte con otros humanos. La IA podrá generar novelas llenas de intriga, imágenes impactantes, canciones pegadizas pero siempre como como reproducción de algo existente. Pero corresponde a los humanos crear, con sus sesgos únicos, las nuevas referencias que rompan el molde.

Tung, tung, tung, sahur

Desde hace unos meses, los chavales se mueren de risa con los brainrots, creaciones absurdas de animales, plantas y objetos combinados haciendo actividades que no son propias. Compartiendo espacio con la Gioconda en el Louvre está este mosaico de un conejo guiando un carro tirado por gansos, del siglo II AC. Un mosaico que seguramente hizo reír a montones de romanos, igual que un brainrot.

Todo lo que te sucede, probablemente ya le sucedió a un comerciante romano, a un labrador medievo o a una monja del Siglo de Oro. Experiencias diametralmente distintas hicieron que se sintieron como tú. Y por eso el arte nos conecta a través del tiempo y las culturas, a través de la particularidad del individuo, cerrando el círculo de Parménides. Y así las emociones conectan a humanos con otros humanos.